Aldo Berríos (Recoleta, 1981) irrumpe en las
letras nacionales con su novela fantástica Námanor (2013) que tiene como
protagonista a un mudo dentro de un universo dominado por la magia y la violencia.
Su segunda publicación La Ballena (2020), es una historia madura que se adentra
en los laberintos de la muerte y del suicidio. En 2021 sorprendió con Libélula,
una colección que antóloga a escritores chilenos contemporáneos y con su tercer
trabajo El oráculo de la fortuna, que narra la vida de un escritor en silla de
ruedas que debe lidiar con sus fantasmas.
Nuestro entrevistado tiene una larga
trayectoria trabajando en casas editoriales, además de poseer estudios en arquitectura
y en psicología, y según sus palabras, su formación académica no ha impactado
mayormente en su trabajo, como sí lo ha hecho la memoria. Concibe la escritura
—y la vida misma— como un continuo error y aprendizaje.
¿Cómo así?
Pues eso. Me he equivocado muchísimo: he escrito cartas de amor en un
parque después de hacer la cimarra, también he enterrado animales y amigos,
familiares y sueños, lo cual suele prestarse para la poesía, el desarrollo de estilo
y temple de un autor.
¿Podrías referirnos más sobre tu trabajo como
editor?
Comencé editando en una revista online que ya no
existe. Luego de eso edité de manera freelance para varias casas independientes.
La edición te entrega alegrías muy personales, cosas que apenas se hablan
porque es un reino de introvertidos. Esto ofrece herramientas que decantan en
una mejor escritura personal: desde la temática que deseas abordar antes de la
primera línea, hasta la forma con la cual conseguir esa meta. Llevo casi diez
años editando y actualmente consigo acabar tres o cuatro libros mensuales.
¿Y qué nos dices de tu formación como escritor?
Mi formación como escritor ha sido muy solitaria, autodidacta.
No he hecho talleres literarios ni tengo estudios formales, pero con el tiempo
aprendí a escuchar la música y reconocer los hilos que se asoman detrás del
telón. Lo técnico llegó con el tiempo. Mis primeras lecturas fueron principalmente
los minilibros clásicos de Quimantú, además de algunos libros de Julio Verne,
Thomas Mann, Dostoievski, Chéjov, Stanislaw Lem, Ambrose Bierce, Goethe, Octavio
Paz, Roberto Arlt, Poe y Zweig. Como vengo de una familia dividida
políticamente, en un lado me escondía a leer obras clásicas como el Quijote y
Oliver Twist, mientras que en la otra descubría a escritores cubanos y rusos.
¿Qué
temáticas o ideas definen mejor tu obra?
Depende
de lo que me interese en el momento. Soy muy voluble en ese aspecto y no me
gusta quedarme quieto. Necesito escribir con sentido, definiendo y cerrando etapas.
Normalmente trabajo varios libros a un mismo tiempo y los dejo descansar durante
años en el velador. Algunos quedan en el camino, otros me llaman y solo unos cuantos
terminan publicándose. Por lo general escribo a mano sobre una escaleta, la
lleno de apuntes y comentarios, luego transcribo todo con máquina de escribir y
recién al final me muevo hacia un procesador de texto. Cada etapa tiene su
ritmo, aunque una vez que estableces el cauce de un libro muchos elementos
terminan sobrando.
¿Tienes algún método de composición a la hora de
escribir?
El método se ha ido mostrando con los años.
Diálogos, personajes, historias y motivaciones, una trama bien pensada. Tampoco
es que haya descubierto la rueda, pero sí he venido descubriendo mi propia voz
narrativa con el simple acto de reconocerla entre el ruido. Por otro lado, uno
pierde ciertas cosas a cambio de lo que busca. Me explico: un joven puede
escribir bellísimo, desvivirse por un amor apasionado y sincero, pero cuando
pones a ese mismo escritor en una etapa madura, gana en perspectiva y a la vez pierde
visceralidad.
Tu novela
La Ballena ambientada en Japón trata sobre el suicidio ¿Qué te sedujo ambientar
tu historia en un país tan lejano y tratar esa temática tan oscura?
Yo no considero que el suicidio sea una temática
tan oscura, es más, en casa se habla con total libertad respecto a ese tema.
Tampoco entiendo por qué la muerte debe ser vista como algo ajeno a nosotros,
si está tan cerca. Pero la literatura se alimenta del tabú, y siento que el
mejor camino para escribir siempre es el menos recorrido. En este caso, experimentar
la muerte de un hijo y adoptar su dolor como algo propio. ¿Por qué Japón? Supongo
que requería de un lugar muy especial para que funcionara esta historia,
considerando que el protagonista es un mestizo sin esperanza ni patria. Esta
novela no pretender ser una apología del suicidio, tampoco un pañuelo de
lágrimas, acá se juega con la idea de que la soledad nos rodea y se come a
algunos de nosotros, ya que la tristeza está fuera de nuestro control en
períodos muy específicos. Ese contraste era esencial para llevar a cabo un
viaje que parece sin retorno.
Acabas de publicar una antología de narradores
chilenos llamada Matapiojos ¿Simboliza algo este anisóptero?
Las libélulas son preciosas, están cargadas de significado
en distintas culturas. Parecen quietas, pero nunca lo están. Limpian los
estanques y dan buena suerte. De hecho, yo les pido un deseo cada vez que las
veo y ellas se lo llevan para contárselo al viento. Como dice la primera línea
del prólogo del libro, “tengo la exótica teoría de que todos los escritores
fueron libélulas en otra vida”. Respecto a la antología, primero, es el punto
de partida de un nuevo sello editorial de Áurea: Odonata, el cual se abocará a
la ficción contemporánea y que busca revitalizar el panorama literario. Luego están
los cuentos, todos excelentes. Acá no hay material de relleno y ese siempre fue
el plan detrás de este proyecto.
¿Qué opinas del panorama de la literatura chilena actual?
La literatura chilena no tiene nada que probar. No necesitamos caminos, porque el escritor es un espíritu incorregible y por consiguiente no los va a usar. En mi opinión, la pluma solo falla y se pierde cuando gira en una constante búsqueda de fama, de gloria, porque escribir resulta ser un proceso solitario, muy de la guata. Acá no estamos para agradarle a nadie, aunque en secreto dialoguemos con ese otro personaje tan lejano que resulta ser el lector. Y ahí estamos, ganándole a la línea, peleando con esa estrofa que lleva a la otra y con suerte terminamos. No hay apuro.
¿Algún
personaje literario animal favorito?
Popota, el gato demonio de “El Maestro y
Margarita”.
¿Qué relación tienes con los perros?
Nuestra
relación ha sido muy estrecha, ¿sabes? Para mí los animales son parte de la
familia y no un objeto más de la casa. Tampoco creo en eso de humanizarlos,
porque como escuché alguna vez, “tenemos que respetar a los animales en su
condición”. Hay un juego precioso de confianza y respeto que nos lleva a mejorar
nuestras relaciones con ellos. Los animales no son vanidosos, no tienen
vergüenza y en ese sentido nos superan porque “dicen lo que piensan”. Por eso,
no me sorprende que algunos prefieran deshacerse del problema de la crianza y
pasen a hacer otras cosas: simplemente no están preparados para enfrentar una
relación de tú a tú que requiere de mucho esfuerzo y amor.
¿Has tenido alguna experiencia anormal o sublime
relacionada con algún animal? Cuéntanos más.
Nunca, pero amo a los animales y cuando recojo la
caca de perro me percato de lo insignificante que soy. Y el animal mueve la
cola para agradecérmelo.