Bartolomé Leal, escritor:
«Kenia es el país de la vida animal salvaje»
Bartolomé Leal (74) es un
escritor policial chileno dueño de una prosa rápida y contundente, desplegada
en una decena de títulos que reúne novelas y cuentos. Ingeniero por la
Universidad de Chile, durante los últimos tres decenios trabajó en organismos
internacionales que lo llevaron a varios puntos del mundo como Francia, España,
Kenia o Kosovo, experiencia que se refleja en sus libros, como en Linchamiento
de negro (1994) donde presenta a su detective privado Tim Tutts (que como
todo sabueso literario que se precie, reaparecerá en otras obras), en una trama
ambientada en Nairobi, y que describe sin empacho las turbias relaciones entre
poder y dinero. En Femicidios a la Carta (2020) nos pone en la piel de
un psicópata que poco a poco cae en el vertiginoso mundo delictual,
enfrentándose a sus fantasmas y a su creciente conducta patológica. Tampoco le
hace el quite a la actualidad, y es así como en su colección de relatos La
epopeya de los encapuchados (2020) levanta una hipótesis de qué pudo haber
ocurrido para el estallido social del 18O, realizando un cruce entre el mundo
de los videojuegos, la cultura narco y el anarquismo. En la actualidad dirige
la Editorial Espora, destacándose su naciente colección La Otra Oscuridad, que
reunirá a diversos escritores en torno al crimen y al horror.
—En la literatura no
existen muchos escritores con formación de ingeniero. En su caso, ¿influyó su
formación a la hora de crear?
—Soy ingeniero por
obligación y escritor por afición. Yo venía leyendo literatura desde mucho
antes, en casa y el colegio. Creo que los estudios de ingeniería me inclinaron
hacia la ciencia ficción gracias a un profesor, Arturo Aldunate Phillips
(ingeniero y Premio Nacional de Literatura), que era fanático del género. Era
tema de sus clases, sobre todo tratándose de robótica, cibernética y los
misterios del cosmos. Ray Bradbury, Isaac Asimov, Fred Hoyle, Theodore Sturgeon
y muchos otros empezaron a serme familiares. ¡Vaya orgías de lectura que me
pegué! Aparte de eso, lo ingeniero afloró en el libro de mini relatos El
arte de la parábola (2014), donde hago en el prólogo un símil entre la
parábola evangélica y la parábola matemática.
—Usted afirma que entró a
la literatura para transmitir sus experiencias, y vaya que las ha tenido, por
ejemplo, en África. ¿Hubo alguna que lo impactara en este continente y que le
haya servido como material literario?
—No diría que para
transmitir mis experiencias, sino más bien porque no tengo otras cosas que
contar. Por eso mi primera novela fue Linchamiento de negro (1994),
surgida de una situación que viví en Kenia y que después vi reaparecer en la
prensa, en pinturas murales, en mitos. Hablo de la justicia popular. Me asombró
y de allí salió esa novela, donde procuro mostrar que incluso aquello tiene una
raigambre social y política. Además, Kenia es el país de la vida animal
salvaje, no podía salirme de eso, ya que cualquier paseo fuera de Nairobi
llevaba a encuentros con jirafas, elefantes, monos, cebras y rinocerontes,
cuando no con cocodrilos, serpientes, hienas y buitres. Maravilloso. Bello. De
todos modos, para mí lo crucial fue descubrir la vida urbana en África, la
formación de la nacionalidad en una sociedad tribal, con múltiples idiomas,
religiones y costumbres. ¿Material literario? Todavía me dura después de tantos
años. Señalo que años después despaché la problemática chilena con mi novela
satírica (no policial) El hombre nuevo (2015).
—Como muchos escritores,
usted mantiene diarios. ¿Qué registra en ellos?
—Por puro interés en la
literatura, fui por años columnista en un periódico boliviano. Una de mis
columnas semanales se titulaba «Memorialistas y viajeros», donde iba revisando
obras y autores de esos géneros que me encantan como lectura. No quiero parecer
pedante, pero por causa de mis estudios (en Francia) y de mi trabajo (en varios
países), leo en francés e inglés, de modo que la paso muy bien accediendo a
tales subgéneros narrativos. En Chile hay muy pocos cultores. Como sea, mis
diarios de vida no tienen nada que ver con literatura y pongo cualquier
huevonada, los uso para borronear artículos y relatos, rescatar pesadillas,
pegar estampillas y fotos, anotar libros y películas que me interesan, quejarme
de mí mismo y de las mujeres, planear, sacar cuentas, inventar entrevistas… ¡Pula
mielda! como dice un chino perverso en algún relato mío.
—Usted fue un lector
temprano de autores policiales, ahora clásicos, como Agatha Christie, S.S. Van
Dine o Conan Doyle. ¿Hubo una obra en particular que lo marcó?
—Los que mencionas ya eran
clásicos cuando empecé a leerlos en los años cincuenta. No soy tan viejo. Mi
madre, tíos y amigos, luego en el colegio con los profes y compañeros, en
librerías y bibliotecas, fui descubriendo obras y autores, sin que por ello se
me pasara por la mente llegar a ser escritor. No lo soy en realidad, nadie me
toma bastante en serio. Todos me gustan y saco algo de ellos. No de los
chilenos, lo reconozco. Por acá el género es aún embrionario en cantidad y
calidad. Ahora, hablando más en serio, como el azar me condujo a vivir en
África, Panamá y Bolivia, a frecuentar el Perú, Ecuador, Haití y México, más
temporadas en los Balcanes, Nueva York, París y Ginebra, me interesó una
corriente que se suele llamar el «policial etnológico», que busca explorar en
los pueblos colonizados y esclavizados, donde se da la difícil convivencia
entre el colonizador y el subyugado; y cuyos autores principales son el
australiano Arthur Upfield y el estadounidense Tony Hillerman. También están
Chester Himes y James McClure, entre mis modelos admirados. Aquí entra a jugar
por cierto mi etnólogo favorito: Claude Lévi-Strauss. Y Bruce Chatwin, Paul
Theroux y Anthony Bourdain entre los más interesantes escritores viajeros.
—¿Qué rasgos tiene la
literatura policial hispanoamericana que no tiene la tradición de autores en
inglés?
—A mi juicio hay una
corriente un tanto trucha que han bautizado el «neopolicial latinoamericano»,
que es más bien un rebrote de la literatura social (léase progresista),
mezclada con el uso de cierta mecánica salida de la tradición anglosajona y
francesa del género policial. No creo que aporte mucho, tiene un interés
anecdótico y oportunista, no ha revolucionado ni a la masa lectora mundial ni a
la industria editorial. Aunque de allí han salido algunas buenas novelas. Por
otra parte, el policial español ha tenido un despertar extraordinario, que
podemos asociar más al «destape» político y sexual de fines de los años setenta
tras la muerte del dictador Franco, que a la influencia de la verborrea
izquierdista latinoamericana. No puedo dejar de mencionar la enorme riqueza del
género en Argentina, con esa noble tradición que les viene de Borges y Bioy
Casares. Hoy en día es imposible nombrar a los máximos autores y autoras de por
allá sin cometer injusticias, y a todo riesgo menciono a Juan Sasturain,
Claudia Piñeiro, María Inés Krimer, Mariana Enríquez, Guillermo Orsi, Fernando
López y tantos otros y otras.
—Y fuera del mundo hispano
y anglosajón ¿qué autores o corrientes destaca?
—No sé si llamarla
corriente o movimiento, pero destaco la figura colosal del italiano Giorgio
Scerbanenco, con su investigador el doctor Duca Lamberti, expulsado de la orden
por un caso de eutanasia y colaborador de la policía como ginecólogo en el
oscuro mundo prostibulario. Los suecos, o en un espacio más amplio los
escandinavos, también han generado una corriente, o una moda, o un mercado,
donde hay mucho y muy bueno para leer, con escritores tan sólidos como Henning
Mankell, Åsa Larsson o Joe Nesbø, entre una pléyade de nombres acogidos con
jolgorio por los sellos editoriales en decenas de idiomas.
—A una persona que jamás
ha tomado un libro policial en sus manos ¿por dónde le recomendaría empezar?
—Por los clásicos. Yo
empecé por los que tú mencionas en la primera pregunta, y me gustaron tanto que
pedía más y seguí avanzando con Georges Simenon, Ellery Queen, Raymond
Chandler, Dashiell Hammett, Patricia Highsmith, Ed McBain, Jean-Patrick
Manchette, Sara Paretzky, Mickey Spillane, Rubem Fonseca, Ellis Peters, Andrea
Camilleri, Manuel Vázquez Montalbán y un largo larguísimo etcétera.
—Hay escritores que han
viajado muy poco, usted, al contrario, ha viajado mucho. Cervantes decía: «El
que lee mucho y viaja mucho, ve mucho y sabe mucho». ¿Qué le puede aportar a un
escritor el viajar mucho?
—Es cierto que la pandemia
ha pulverizado el ansia de viajar. Una pena. Pero de todas maneras yo había
notado desde antes una baja en el interés de los más jóvenes por hacerlo. Como
suelo dictar clases en la universidad, siempre pregunto a mis alumnos si
conocen tal o cual lugar, incluso dentro del país, y es poca la gente que lo ha
hecho. Ni piensa hacerlo. Creo que una causa puede ser el telefonito, la
realidad virtual es más cómoda y variada. Es como andar con una
tele/cámara/espejo a cuestas. La gente de mi generación era más viajera. Yo
mochileaba desde la adolescencia y me conozco casi todo el país gracias a eso.
¿Me sirvieron los viajes para dedicarme a la escritura? Tal vez no, pero de
todas maneras lo pasé bien. He comido sal de gusanos en Oaxaca; me han asaltado
en Central Park y catado whiskies en Aberdeen; he navegado por el Nilo y
enfermado de malaria en Mombasa; he visto a Zeus en la cima del monte Olimpo y
a Nuréyev en el Partenón; he enloquecido de amor por una bailarina en Bali...
Tal vez de todo eso puede salir uno que otro relato, sí.
—En un artículo usted afirmó
que prefiere a los autores que juegan de lleno con los códigos narrativos
policiales, a los que lo hacen en plan paródico o experimental. ¿Hay
oportunismo en estos últimos autores? ¿Si se experimenta mucho el género se
diluye? ¿Cuáles son las barreras infranqueables (si piensa que existen) en el
género policial?
—Si dije eso, ahora
reniego totalmente. Bueno, parcialmente. Lo mejor es jugar con los códigos (lo
he hecho en todos los libros del género que he escrito), pero no descarto la
posibilidad de experimentar. Lo he aplicado en novelas que incluyen hablantes
diversos, alternan primera, segunda y tercera persona, se dejan seducir por lo
fantástico; o incluyen un guion de película porno, admiten informes de prensa,
rompen el relato para dar información al lector… Bien, regular o mal, eso es un
poco arriesgar dentro de los códigos. ¿Confuso? No sé. Quiero decir que la
escritura puede llamar a la experimentación como recurso necesario y no al
revés. Si un escritor se sale del género y se despeña en el abismo de la lata,
es cosa suya. Nadie lo va a llorar.
—En la actualidad ha ido
publicando diversos autores nacionales a través de la Editorial Espora en la
colección La otra oscuridad. ¿Qué le gustaría recalcar de ese trabajo?
—Cuando con Eduardo Soto
Díaz proyectamos esa colección lo hicimos pensando en la crisis de lectores que
estaba sufriendo el país, antes incluso de la escalada de protestas y la
pandemia. Casi nadie lee, los libros son caros, la literatura no responde a los
gustos de la gente: son las quejas habituales y recurrentes. Pero como somos
escritores, para bien o para mal, veamos cómo hacerlo. E ideamos como solución
estos libros breves, baratos y bonitos. Libros oscuros, audaces, truculentos,
entretenidos, diferentes dentro de los cánones del noir. Con generosidad
y apertura de mente, decidimos abrir el juego. Así es como nació la colección
La otra oscuridad. Tuvimos magnífica respuesta de parte de los autores y
autoras. No hay un corte generacional ni machismos ni feminismos a ultranza. No
representamos a capillas ni mafias. No somos regalones de ninguna editorial
trasnacional. De allí que hayamos podido armar un catálogo interesante, con
seis títulos publicados (Néstor Ponce, Julián Avaria, Eduardo Contreras y
Cecilia Aravena, Raúl Bustos, Eduardo Soto Díaz y yo). En camino vienen novelas
de Julia Guzmán Watine, Pablo Rumel, Ignacio Fritz, Antonio Rojas Gómez, Cesar
Biernay, Helios Murialdo y otras más. Todos escritores serios y comprometidos.
Han aportado a las letras nacionales y esperamos que lo sigan haciendo. Solo
nos dolemos de las demoras en nuestra planificación por las causas conocidas.
—Recomiéndenos un libro
que trate sobre animales.
—Mi recomendación es la
novela Le capitaine Pamphile, de Alexandre Dumas, un libro poco
conocido, una obra maestra secreta, que metería en mi arca de Noé de novelas
juveniles predilectas. La divertida vida de ciertas mascotas, el maltrato
animal y la masacre de especies exóticas, la esclavitud, la expoliación de los
indígenas de Norteamérica, más otros temas profundos, son tratados por Dumas
como una grandiosa y desopilante aventura.
—Finalmente, ¿tiene algún
animal de compañía?
—No tengo uno propio, pero
en mi hogar, donde convivimos cuatro personas haciendo trabajo remoto, tenemos
una gata de querencia colectiva. Responde al nombre de Yoko. Pequeña, blanca
con manchas negras, cazadora, tenaz, sobre todo en el jardín, y más bien
arisca, aunque sociable a su pinta. Tiene su puesto en la mesa familiar y se
amurra si se lo ocupan.
