Hay una imagen, la imagen
de un ave, que la tercera esposa de Philip K. Dick (1928-1982), Anne R. Dick,
retrató con gran lirismo en su contundente y seminal biografía En busca de
Philip K. Dick, en la que un hecho aparentemente baladí se convirtió años
más tarde en una clave que podría dilucidar el contenido de la última novela
que no alcanzó a trabajar el «escritor proletario», como así se autodenominaba
el oriundo de Illinois.
La biografía antes señalada, un texto que combina el
dietario, la anécdota, la entrevista y, por supuesto, los detalles de la
relación Anne-Dick, constituye un documento fundamental para conocer a fondo su
etapa más fructífera (El hombre en el castillo, Tiempos de Marte,
Dr. Bloodmoney, por nombrar algunas de las obras que escribió entre 1959
y 1965), pero, además, es una visión microscópica de la vida de un escritor
casado, de cómo lidió ante las estrechez económica para levantar una obra y, en
suma, cómo era el día a día de una de las mentes más prodigiosas que nos legó
el mundo anglosajón del siglo XX, inteligencia objetivada en una literatura que
se encargó de responder las preguntas de siempre —«¿quién soy?», «¿a dónde
voy?»—, pero enfrentadas a la hostilidad de un mundo amenazado por la Guerra
Fría, la bomba atómica, y la irrupción de nuevas tecnologías que pondrían a la
humanidad en una paradoja: mayor confort a cambio de libertad.
Es en ese tráfago de anécdotas que nos narra la
exmujer de Dick —el cual incluye peleas, el abuso de estupefacientes de Phil y la internación
psiquiátrica de Anne, momentos emotivos, como
los paseos a la playa, las incursiones en el campo o el avistamiento de
estrellas— en las que hace aparición del ave: una mañana lluviosa de invierno,
ambos contemplan a una lechuza grande y blanca que se posa en los cipreses
del jardín matrimonial, la cual antes de emprender vuelo, se sacude las alas
de manera enérgica. Dick, que no era ajeno a las sincronías, pudo haber pensado
que aquella aparición atravesaba su existencia. ¿Pero en qué sentido pudo
marcarlo?
PKD y los animales
No existen muchas
fotografías de PKD, y es entendible, porque falleció mucho antes de la irrupción
masiva de las cámaras que vendrían a democratizar las pulsiones narcisistas,
pero de las pocas que existen, en muchas sale posando con alguno de sus gatos,
e incluso con una oveja. La temática animalista está presente en sus obras,
como por ejemplo en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en las
que se vive una distopía ambiental en la que la obtención de mascotas reales es
un lujo, teniendo que conformarse el grueso de la población con copias
artificiales. En sus últimas obras —y acá pondremos con mayor atención nuestro
foco— asistimos a una maduración en la narrativa philipdickiana; sus
escritos ya no solo plantean las problemáticas de la ciencia ficción que
durante los años sesenta había escenificado, como la simulación de la realidad
o las inteligencias artificiales, hay ahora una búsqueda trascendental en la
que el universo completo se juega su continuidad espacio-temporal, y en su ficción, las señales son evidentes: la Divinidad se ha manifestado como
un rayo rosa creando un vasto sistema de inteligencia, e incluso con una nueva
encarnación física, un retorno de Cristo. La divinidad de Dick no es el Dios de
los filósofos, ni siquiera es el Dios de los teólogos, está mucho más cerca del
catarismo, de los gnósticos, de la cábala judía y, claro, de la creación de
tecnologías que pueden servir como dispositivos carcelarios (el imperio nunca
terminó) o imitadores de realidad (cuerpos criogenizados viviendo segundas
vidas).
En sus últimos años, PKD llevaba pergeñando un largo
mamotreto, síntesis entre diario de vida y religión, titulado Exegesis,
del cual existe una publicación en su idioma original en 2012, y que para los
especialistas se ha convertido en un reto difícil de interpretar, por ser
contradictorio y hermético. En su etapa final, entre 1979 y 1982, publicó en
orden cronológico La invasión divina, La transmigración de Timothy
Archer y Valis. En la primera de las obras señaladas, se nos
describe el encuentro entre Dios y un perro agónico. Dios, al tocar la cola del
perro, entiende perfectamente lo que este dice: sufre no solo por su
lamentable estado, sino porque no «comprende» por qué está muriendo, aunque sí
entiende que él es parte de un juego en el que mata con sus mandíbulas para
atacar a otras criaturas. ¿Lo hace por placer? No. Lo hace porque es
parte del juego, lo hace porque fue diseñado con esa anatomía mandibular. Como
contraparte de este perro, en Valis nos encontramos con un gato que
muere, de igual manera, aplastado por un coche en la carretera. ¿Qué
significado encierra su muerte? El gato muere por imbécil, dice un niño sabio de la novela,
no porque estuviera predestinado o porque Dios lo hubiese querido, muere simplemente por no
prever que atravesar una carretera podía costarle la vida.
De regreso al búho diurno
No sabemos muy bien en
qué creía PKD, pero sí sabemos que en sus últimos años estuvo interesado por
las religiones, probablemente porque —como sugiere su exmujer Anne—, veía en
ellas una posibilidad de experimentar diferentes ángulos de la realidad como si
fueran drogas; el misticismo oriental, así como otras creencias, representaban
nuevas formas de asediar a la realidad, así como el estudio de la cábala o el
psicoanálisis de Jung. Poco antes de morir, Dick le confiesa a su amigo Gwen
Lee que estaba trabajando en la novela The Owl in Daylight (que
podríamos traducir como El búho del amanecer), obra que sería su propia
versión del Finnegans Wake (sí, una obra experimental delirante) y que
tendría al menos tres fuentes principales: Beethoven que representaría la cumbre de la
humanidad, la historia del Fausto y la relación de la Comedia de Dante
con la teofanía.
[*Nota al margen: La última esposa de PKD, Tessa Dick, publicó una
novela con el mismo nombre, The Owl in Daylight en 2009, pero ella misma aclara que no utilizó
ningún concepto ni personaje ideado por su difunto esposo, sino que más bien
fue una inspiración, un intento de recrear el espíritu que podría haber tenido
esta novela inconclusa. Respecto al título, la viuda aclaró que surgió luego de
que el escritor sostuviera una conversación con una mujer sureña, la cual le habría
dicho: «Si no le entendía lo que quería decir, entonces estaba ciego como un
búho a plena luz del día».]
Sobre la trama de esta novela inconclusa, la primera versión señala que pudo haber tratado de un diseñador de parque de diversiones que buscaba
emular al mundo de los años cincuenta, quedando atrapado en un estado
alucinatorio; la otra versión, que trataría sobre un compositor de música sordo (y de
ahí la reminiscencia a Beethoven) que, gracias a la implantación de un chip en su oído, lograba
comunicarse por azar con una civilización extraterrestre. Probablemente la novela habría
integrado ambas tramas, como era común en los escritos de PKD.
Respecto a la misteriosa figura del búho, existe una novela titulada El búho ciego, escrita en 1936 por el también sombrío y misterioso iraní Sadeq Hedayat, que pudo haber leído PKD pues fue traducida al inglés en 1957, novela onírica y decadente que perfectamente se enmarca en la poética del escritor estadounidense, la cual narra el delirio de un pintor en una habitación cerrada —y que estaría viviendo en una realidad repetitiva y alucinatoria—, para quien la muerte es la única salida posible de aquel infierno circular, en el cual es incapaz de distinguir la realidad de la ilusión.
Un apunte final. Para muchas culturas el búho simboliza la tristeza y
la soledad al ser un animal que rehúye la luz y que se refugia en la noche. Los
griegos representaban a Atenea con un mochuelo en su hombro, ave similar al
búho, de ahí que en cuentos infantiles aparezca el animal ligado a la
sabiduría. No podemos decir que PKD haya sido una persona completamente infeliz
o completamente sombría; como lo describe su exesposa Anne, sus estados
mentales se intercalaban, pasando por periodos de bonanza y mucha actividad, y
periodos catatónicos que lo sumían en una actitud contemplativa. De lo que pudo
haber significado para la literatura ese búho a plena luz del día, inmerso en mundos delirantes y en contactos con razas extraterrestres, no nos queda más que imaginar.