El reconocido crítico de cine, y ahora escritor,
se conecta con lo luminoso a través de sus gatos, dejando de lado el
escepticismo y la acidez que lo caracterizan.
Ernesto Garratt Viñes es un nombre conocido por cualquier amante del séptimo arte. Periodista y crítico de cine de El Mercurio, en 2012 publicó el libro Tardes de Cine (Ediciones B), donde repasa algunas de las entrevistas a grandes directores. Ha sido jurado en los festivales de cine de Moscú, Londres y Cannes, y tuvo el privilegio de ser convocado para escribir un capítulo del libro homenaje de los setenta años de este último. Sí, se codea con Brad Pitt, Viggo Mortensen, Nicole Kidman, Leonardo DiCaprio, Quentin Tarantino, Natalie Portman… La lista es larga.
Todo un star, qué duda cabe. Pero sencillo y tocable, algo mal hablado
(algo, no piensen mal), que accede a interrumpir la cotidianidad dominguera de
su casa para hablar de animales y literatura.
Es que Garratt se sumergió en la narrativa y en 2017 parió Allegados (Hueders), novela basada en su
biografía pero que toca otros géneros gracias a su acento fantástico y gótico.
¿La trama? Un talentoso joven chileno de dieciséis años, en el Chile de 1988,
vive de allegado con su madre en la Villa Frei y escapa de esa realidad gracias
a la imaginación. Un libro doloroso y honesto, pero también entretenido y
jugado, que obtuvo el Premio Marta Brunet del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio
a la mejor novela juvenil del 2018.
Esta ópera prima ha recibido buenas críticas desde todos los frentes.
Partiendo por Camilo Marks («Es un notable libro de comienzo a fin») y
terminando con Patricia Espinosa («El relato es impecable, ya que no da aire a
sus personajes, explorando con acierto en vidas clausuradas por la derrota»).
Por su condición de allegado, obviamente, Ernesto no pudo tener mascotas
cuando niño. Pero ahora, casado con una colega y padre de una niña de cuatro
años, les ha dado espacio a los animales en su casa. Es así como su familia se
expande a dos felinos: la tricolor Milú y el Gato Nuevo. Antes estuvo
Preciosita, evocada intensamente en esta conversación.
Tan parte de la familia son, que los felinos aparecen en un gran cuadro
familiar pintado por el mismo Garratt —que ilustró Allegados, un dato no menor— y que preside el comedor de su
acogedora casa.
—¿Cómo había sido tu relación con los animales?
—Ninguna, como buen allegado no podía tener mascota. La triste historia
es que en la primera casa que tuve con mi vieja adoptamos un gato chico, pero
el gato se le escapó a mi mamá, lo agarró un auto y murió a la intemperie,
supertriste. Eso pasó a mis dieciocho o diecinueve años. Cuando fui viejo y
grande, y odié menos al mundo, me dije «¡Qué ganas de tener un animalito!».
Recuerdo que ya casado con la Naty, le pedí un PlayStation 2 para una Navidad.
Me regaló una caja de las mismas dimensiones, pero la moví y sonó raro. La abrí
y salió la Preciosita, mi primera gata, cachorra y llena de parásitos. Me
enamoré de ella. Esa fue mi primera experiencia.
—¿Cómo era Preciosita?
—Hay gatos-gatos y gatos-personas. La Preciosita era gato-persona, ella
estiraba los brazos como una guagua para que uno la tomara (Ernesto hace el
gesto extendiendo sus brazos), cazaba polillas, pero pedía que uno la tomara
para poder cazarlas. Poco después llegó la Milú. Ella ha sido siempre una
gata-gata solamente. Maúlla y sabe que es gato, no tiene una inteligencia como
persona y la queremos como es. Después tuvimos otro gato que es Toconó, que
falleció tempranamente.
—¿De qué murió Preciosita?
—De cáncer. Sucedió cuando llegamos a esta casa hace cuatro años, fue
supertriste. Ella estuvo como hasta el primer año de vida de mi hija. Era un
gran animal, superinteligente, el tipo de animal que uno dice es brillante. Me
encantaría tener un perro también, pero dado el espacio y el ritmo laboral,
creo que es más responsable tener un animal que se cuida solo, como el gato[Office1] [UL2] . A mi hija le encantan. Ella bautizó a Gato Nuevo. Lo
traje del diario y ella dijo: «Oh, un gatito nuevo». Le pregunté cómo quería
que se llamara, y me contesta que Nuevo. Lógica pura.
—¿Qué descubriste de tu experiencia con los
animales?
—Quizás me gustó escribir novelas porque desconfío harto de la condición
inhumana. Creo que hay mucha falta de humanidad en las personas, suena
supercliché, pero es verdad. No creo nada en este modelo, ni en los líderes que
tenemos, soy escéptico. Pero el contacto con estas criaturas, que son puras, no
son más ni menos; como que en un campo superdoméstico, cotidiano y familiar, me
ayudan a dejar de lado el escepticismo brutal que a veces me domina, y a
conectarme con el lado tierno y luminoso de las cosas. Para mí dice mucho que
una persona ame o le guste un animal. No es un detector de mentiras, sino que
de buenas personas.
—Hablemos de literatura. ¿Qué pasó después de la
novela? ¿Te esperabas esa recepción tan buena?
—No. Sabía que tenía una historia entre manos que no era fácil para
nadie, hubo gente que dijo que esto debería ser solo hiperrealista y dejar de
lado toda la fantasía, pero como tú ves en el cuadro que pinté (señala el del comedor)
me gusta lo irreal, que la fantasía esté presente con cosas animalescas o
vampirescas. Quería juntar los dos mundos y era lo más difícil, nadie quedaba
contento con esa mezcla, pero al final a la crítica y a los lectores les gustó.
Llevo dos ediciones, estoy muy contento, pero cuesta mucho entrar en el mundo
cerrado de la literatura. Es superendogámico, tiene sus propias reglas, es como
la condición sine qua non de Chile.
—Además, que tú eres el crítico de cine.
—Claro, y no soy cuico. Y como no lo soy, más cuesta entrar. Pero lo
bueno de ahora es que eso está cambiando, porque viene gente de distintas
partes, como yo, que vengo del mundo del periodismo. La novela, con el premio,
la crítica y la segunda edición me ha dejado contento, con ganas de seguir
publicando y escribir. Sigo escribiendo.
—En todo este camino, antes de lanzarte como
novelista, ¿estuviste haciendo ensayo y error de tu novela o no te decidías a
escribirlo?
—Jamás pensé que iba a escribir una novela, a lo más que iba a escribir
un guion, que iba a hacer un cortometraje o algunas pinturas. Nació mi hija y
quería explicarle por qué algunas personas le van a decir que yo estoy loco,
que soy resentido o que puedo tener una visión que no se acomoda al orden
neoliberal nazi que hoy impera en Chile. Quería explicarle a ella, y a quien
quiera leerlo, que crecer con ningún recurso en este país aún es la condición
de millones de personas. Eso es difícil de asimilar en un país donde muchos
esconden sus orígenes pobres, para aparentar algo que no son. Es un fenómeno
extraño y singular. Entonces, yo quería exponerlo y estar orgulloso de mis
raíces miserables.
—¿Te fue fácil o difícil?
—Muy difícil, es agotador escribir de eso. Es como: ¿quieres volver a
una pesadilla todo el tiempo? Fueron tres años y medio de estar en una conexión
en carne viva con mis peores recuerdos. Creo que por eso a la gente le ha
gustado la novela, porque es supercruda, sin concesiones. Siempre me preguntan
«¿Tú viviste eso?». Y yo les contesto que no, que viví cosas peores. Entendí
que tenía que poner luz a estas sombras para que la gente terminara de leer el
relato y lo sintiera entretenido, a pesar de lo rudo que es. Sé que tengo algo
que contar y quiero contar otras cosas. En el fondo, lo que más me gusta es
ayudar a instalar la idea de que en verdad hay mundos que este modelo ha
invisibilizado. Si aún hay un millón y medio de familias allegadas en Chile,
¿sabes cuánto es eso si lo multiplicas por tres? Cuatro millones y medio de
personas. Y que las discusiones político-sociales estén instaladas en un
terreno como si este país fuera Suecia o Dinamarca, es la indolencia máxima.
Como si fuéramos las mascotas de estos señores feudales. Puede parecer discurso
de lucha de clases, pero creo que es tan ofensivo el sistema, la manera en que
somos tratados los chilenos. Yo tengo suerte, pero hay gente que no. Eso es lo
que quería escribir en la novela, desde la rabia, desde el odio, desde la
completa e inmisericorde posición del desvalido.
—Además, esa temática escasea en la literatura chilena contemporánea.
—No me interesan mucho los temas de lo que se escribe. Siento que la
mejor literatura en Chile está en la novela gráfica, en creadores como Carlos
Reyes, Christiano, Gabriel Rodríguez, Félix Vega. Siento que ahí están las
mejores historias. No recuerdo haber terminado recientemente un libro de
literatura chilena, joven o vieja. Yo respeto a los creadores cuando terminan
algo, pero hay más autenticidad en la novela gráfica.
—¿Pero algún referente literario tendrás o no?
—Sí, pero viene de ese mundo, del gráfico, como Alan Moore, Grant
Morrison, Neil Gaiman, que mezclan cosas hiperreales con fantasías. Lo demás
tiene su valor, pero no puedo enganchar con eso, lo encuentro en sintonía con
alguna ilusión o espejismo del que yo no soy parte. Estoy muy pendiente de lo
que pasa en ese ambiente en Chile, o sea, el de Pedro Peirano, Fernanda Frick y
tantos más.
—¿Cómo sigue Allegados?
—La trilogía ya la escribí, estoy esperando que la publiquen no más.
Creo que la segunda parte va este año y la tercera cuando estimen. Ahora estoy
dedicado a escribir una novela cómica, que es como la consagración del error.
Solo quiero tener tiempo para terminarla. Quiero reírme un rato. La trilogía
tiene humor, pero quiero hacerlo más chistoso, ese humor chileno que es más
cansino, más triste, pero que no deja de ser absurdo. ¿Te has fijado que leer a
Eugène Ionesco y conectarlo con la chilenidad no es nada complicado?