La
cualidad que más aprecio de la gata
es el
modo en como defiende mis libros y escritos
contra
los arteros ataques de los roedores.
Ella es
el eficaz escudo protector de mi biblioteca.
Petrarca
(1304 – 1374)
Cuando los humanistas del Renacimeinto rescataron el conocimiento
grecolatino que ha marcado nuestra cultura, pudieron hacerlo gracias a que,
desde muy antiguo, tuvo unos celosos guardianes que pudieron, en el sigilo de
la noche de los siglos, mantenerlo a salvo. A esos celosos vigilantes les
debemos nuestra gratitud y si les llega con una caricia y un poco de atún,
mejor. Es demasiado lo que debemos a los gatos.
Las bibliotecas, esos magníficos repositorios de la sabiduría, la
literatura y la inventiva humana plasmadas en papel, bajo diversos formatos y
procedencia, durante milenios, han salvaguardado pergaminos, códices, archivos
cosidos a mano y libros. Bibliotecarios, monjes, intelectuales y escritores,
durante siglos han debido mantener los libros a salvo de sus enemigos: el agua,
el fuego y los ratones. Sí, la relación entre los gatos y las bibliotecas fue
el resultado de una relación inaceptable, la de las bibliotecas y los roedores.
Los expertos remontan el origen de los gatos bibliotecarios a una fecha
imprecisa. Hay registros de la veneración a los felinos entre los egipcios. Se
les encuentra en imágenes entre los sacerdotes y sus papiros. Fue Heródoto (484
– 424 a.C. considerado el padre de la Historia), quien consigno la existencia
de bibliotecas en los templos egipcios donde muchos mininos se sometían a un
entrenamiento especial, para evitar que los roedores y las serpientes
infestaran esos lugares.
En la Edad Media, la relación gato/libro se encuentra mejor registrada.
Hay evidencia de que los monjes tuvieron gatos domesticados en sus monasterios,
para evitar que las ratas se comieran los valiosos manuscritos de la antigüedad
y los maravillosos pliegos ilustrados a mano por los amanuenses. Existe una
copia del siglo XII, de las cartas del Papa Gregorio Magno que pasó a la
posteridad cubierta con huellas de patitas embarradas. A juzgar por la posición
de las cuatro huellas, parece que un gato astuto saltó a la página, mientras el
copiador seguramente se descuidó o dejó su lugar de trabajo mientras se secaba
la tinta.
Es célebre entre los cats&bookslovers el cuadro del
evangelista San Marcos en un texto flamenco. En un ejemplar de un Libro de las
Horas (texto litúrgico que señala las oraciones que se debían rezar en momentos
específicos del día), se encuentra la imagen del evangelista como un erudito de
la época que escribe apaciblemente con sus libros al lado. Al fondo, un gato
observa la escena. Esperamos que sin intenciones de saltar sobre el santo
manuscrito.
Hay también una copia de un libro del siglo XII, las Etimologías de
Isidoro de Sevilla, una de las enciclopedias más grande de la Edad Media, que
tiene algunas páginas que son registro de un misterio sin resolver ¿Fue un
minino negándose a desalojar tan cómodo asiento o quizás estamos viendo las
huellas de la caza de un ratón a alta velocidad a través de la biblioteca
monástica? Al parecer, este crimen contra un manuscrito quedará sin resolverse,
al menos mientras vivamos. Porque aunque estos manuscritos datan de la Edad
Media, no podemos decir con certeza cuándo dejaron su huella los gatos, porque
los manuscritos fueron utilizados durante siglos por comunidades monásticas,
familias adineradas y coleccionistas posteriores. Cualquiera de ellos pudo
tener algún gato que se quiso inmortalizar.
Cuando un investigador analiza un documento antiguo, con varios siglos
de historia, con ahínco busca cualquier detalle que le dé más luces acerca del
autor, del contexto sociopolítico, económico y cultural de su época. Por eso,
examina hasta el más mínimo detalle: la caligrafía utilizada, elementos
decorativos, tipo de papel y tinta, signos, sellos, etc. Pero pocas veces anda
detrás de huellas felinas. Algo así le sucedió hace una década atrás a Emir
Filipovic, investigador del Departamento de Historia en la Facultad de
Filosofía de Sarajevo: «Me encontré con las huellas durante una visita a los
registros de los archivos medievales mientras realizaba el doctorado en el
Archivo Estatal de Dubrovnik», relató Filipovic. El investigador dijo que estudiaba unas cartas
datadas en el año 1445 enviadas por el Gobierno de Dubrovnik (actual Croacia),
a sus comerciantes y nobles. Unos documentos relativamente poco valiosos y de
contenido intrascendente. De hecho, en esos archivos habían textos más
interesantes. Sin embargo, en ninguno de ellos quedó una marca que concitara
tanto interés como las huellas de gato que encontró. Ante lo insólito del
descubrimiento, Filipovic hizo una foto que compartió en Twitter, donde la
anécdota desató una fiebre por encontrar rastros de patitas en las bibliotecas
antiguas, que devino hasta las actuales cuentas en Instagram donde se lucen
tanto gatos bibliófilos como bibliotecarios catlovers.
Avanzando en el tiempo, nuestra deuda de gratitud a los gatos se
acrecienta. La todopoderosa emperatriz rusa, Elisabeth Petrovna, en 1745 mandó
traer con urgencia a «los mejores y más grandes gatos, capaces de atrapar
ratones y enviarlos en carreta con comida suficiente de inmediato» para
proteger, ni más ni menos que uno de los monumentos más significativos del
mundo, el maravilloso Museo del Hermitage en San Petersburgo, que estaba siendo
asolado por una plaga de ratones. Gracias a esta «Operación Gato», se salvaron
incontables textos y obras de arte, cuyos lienzos también suelen ser un bocado
apetecible para las ratas. Admirablemente, hasta el día de hoy, en el sótano
del Hermitage, decenas de gatos duermen en cómodas cestas y son cuidados con
esmero por todo el personal, además de recibir cada tanto la herencia de algún
acaudalado benefactor que testa a favor de ellos, para así continuar la
tradición en honor a sus monárquicas raíces. Desde ahí celebran su día una vez
al año y son objeto de fotografías de turistas que orgullosos posan junto a los
mininos, cual si fueran una obra de arte por sí mismos.
Como se ve, los gatos de
biblioteca literalmente han defendido los libros, han sido fuente de
inspiración de autores, elevado la moral de los bibliotecarios y últimamente
son unos perfectos anfitriones para
programas de lectura y alfabetización. En Estados Unidos, toda
biblioteca que se precie tiene a lo menos un señor felino que las oficia de
recepcionista, terapeuta relajante y/o slogan para alguna campaña o lectura. Es
cosa de revisar un poco en Instagram y ver cómo los gatos de muchas bibliotecas
aparecen invitando a eventos, lanzamientos y estimulando la lectura de niños y
jóvenes.
Esta afición norteamericana por los gatos de biblioteca ha sido
inmortalizada en piedra. Los leones esculpidos de la Biblioteca Pública de
Nueva York, que dan la bienvenida a los usuarios desde 1911, simbolizan a los
felinos custodios de los libros que alberga. Esculpidos por Edward Potter y
originalmente llamados Leo Astor y Leo Lenox (en honor a John J. Astor y James
Lenox, cuyas bibliotecas al ser unidas dieron origen a la actual), son los que
hasta hoy posan a la entrada del célebre edificio de la Quinta Avenida
neoyorkina.
Para concluir esta revisión somera de la relación entre bibliotecas y
gatos, lo hacemos inevitablemente apelando a la poesía. Pangur Bán es el nombre
de un poema y del gato que inspiró a un monje del medioevo irlandés
(aproximadamente en el s. IX). En el original que se conserva en la abadía de
San Pablo, en Carintia (Austria), el
autor compara su trabajo como copista con el de los felinos cazadores de
ratones. Una moderna versión, realizada por el poeta británico Wystan H. Auden,
trae a nuestros tiempos la imagen de una relación apacible entre un sabio y un
animal, en un estilo de vivir que seguramente ya no volveremos a experimentar, o
que de algún modo, aún se respira al interior del sagrado silencio de las
bibliotecas:
Pangur, Pangur blanco, Qué felices somos
solos y juntos, erudito y gato.
Cada uno tiene su trabajo diario;
Para ti es la caza, para mí el estudio.
Tu ojo brillante mira la pared;
Mi ojo débil está fijo en un libro.
Te alegras cuando tus garras atrapan
Descripción
de funciones para el cargo de Gato Bibliotecario
·
-Reducir el estrés a todos los humanos que le presten atención, ya sea a
través de suaves ronroneos, roces con la cola entre las piernas o tiernas y
atentas miradas.
·
-Asistir a todas las reuniones de los funcionarios en su calidad de
figura notable y oficial de la biblioteca.
·
-Entregar alivio cómico tanto al personal y a los visitantes al
resbalarse de algún estante, siempre que sea oportuno, o inoportuno. Lo
importante es desatar la sonrisa que alivie el cansancio del estudio.
·
-Subirse a las mochilas y bolsos mientras los usuarios estudian, o
intentan recuperar sus carpetas debajo de él. Alejarse indignado después de
haber sido molestado en su siesta.
·
-Probar todas las cajas de cartón que ingresan a la biblioteca para
asegurar nivel de comodidad posterior.
·
-Generar publicidad gratuita a nivel nacional y mundial para la
Biblioteca que devenga en Likes en Instagram y donativos para ampliar el fondo
de recursos de la institución y, obviamente, para su manutención.
·
-Saber posar para las fotografías, sonreír a la cámara y, en general,
ser o parecer adorable e irresistible.
·
-Aparecer todas las mañanas, tanto si duerme adentro como afuera, para
exigir su desayuno, y de paso dar la bienvenida al trabajo a sus colegas
bibliotecarios humanos.
·
-Sentarse junto a la puerta principal todas las mañanas, o a la hora de
sol, para saludar con el lomo al público que ingresa y sale.
·
-Ah! Si el tiempo y su ánimo lo
permite, estar atento por si aparece un roedor y/o una polilla que pudiera
hacer nido entre los anaqueles.