Jaime Coloma es presentador de televisión, locutor de radio,
crítico de arte y, además, un gran amante de los gatos, pasión que lo ha llevado
a colaborar con organizaciones de rescate animal, como Fundación Adopta. Una de
sus facetas menos conocidas es su gusto por la literatura y el cine de terror,
por lo que al día de hoy participa en los conversatorios de Horror Fest,
festival cinematográfico que busca difundir el cine de terror y de género
fantástico hecho en Chile. En esta entrevista conversamos sobre sus
temas favoritos, que son el terror y los animales, en especial gatos.
¿Cuándo nace tu gusto por el
terror?
Siempre he sido un
amante del terror. No tengo consciencia de cómo nació este vínculo, pero si yo fuera
esotérico, diría que tiene relación con alguna de mis vidas pasadas. Mis
cuentos de hadas fueron las películas de terror, pues con ellas descubrí que
existían seres malvados y bondadosos a la vez que bondades no tan bondadosas.
¿Crees que los animales son
importantes en las historias de terror?
¡Claro!, y de una
forma muy interesante. La mitología chilena, por ejemplo, se sostiene mucho en
la animalidad, desde nuestra sirena, la Pincoya, pasando por el Colo Colo hasta
llegar al Tué Tué. Lo que busca esa mitología es que el ser humano vuelva a la
animalidad y dé un salto hacia lo monstruoso, lo que es una característica
universal que también se da en la Literatura, donde existen animales oscuros
asociados a la noche.
Como el gato, que ha sido muy
mal visto a lo largo de la historia.
Pero solo en la
cultura judeocristiana, pues en otras tradiciones, el gato es un símbolo muy
potente, asociado a las buenas energías. En el cuento «El gato negro» (1843),
de Edgar Allan Poe, hay algo de eso. Uno podría creer que Poe establece al gato
como un ser satánico, pero el satánico es su dueño, ya que lo maltrata y lo
acaba lapidando. Es la mirada enloquecida del dueño la que vincula el felino con
lo diabólico, no la de Poe, para quien el gato es más bien un reivindicador, un
ser que viene a limpiar la situación del protagonista de la historia.
Por eso uno acaba empatizando
con Plutón, que es el nombre del gato del cuento.
Es que Poe trasunta
su amor por los gatos. Yo me compadezco de Plutón y no solo porque me gusten
los gatos negros, sino porque Plutón es quien desenreda la madeja de la
historia y nos indica quién es el verdadero villano.
Algo similar ocurre con «El
cuervo» (1845), del mismo autor.
En ese poema, Poe
desarrolla una dinámica preciosa, pues al igual que el gato negro, el cuervo es
un mensajero, que viene a decirle al narrador que nunca más sentirá el amor de
Leonora, su amada muerta. Pero aquello que parece terrible, es muy bello y se
puede interpretar desde la cultura celta, donde el cuervo es un ser positivo
que guía a las almas. En la película de 1994 El cuervo,
de Alex Proyas, se retoma este mito; allí el cuervo picotea las tumbas de los
muertos para despertarlos e invitarlos a salir. Aquella visión es preciosa y no
existe en la tradición judeocristiana, que busca satanizar las culturas
vinculadas con los seres de la noche.
En efecto, pues es la propia Iglesia
Católica la que satanizó al gato.
Y lo satanizó de
una manera espantosa. Lo asoció con la magia negra y las brujas, a quienes veía
como viejas feas con verrugas. Pero la hechicera medieval era joven, bella y
manifestaba un erotismo y una libertad que, a mi juicio, la convierte en una
rebelde y en la primera feminista. Y, por supuesto, en una aliada de los gatos.
Otros aliados de los gatos
fueron los románticos.
Los románticos
cultivaron ese vínculo. Y es que el Romanticismo, en su aspecto gótico, se
relaciona con las mal llamadas alimañas: el gato, la lechuza, el cuervo, los animales
nocturnos en general. Creo que el romántico gótico del siglo xix en sus posturas más emocionales estableció una
visión idealizada del oscurantismo medieval, que de oscuro no tenía nada, pues
era tremendamente lumínico. Como el gato.
Una película que refleja al
animal como símbolo es Los
pájaros (1963), de Alfred Hichcock.
Es interesante el
fenómeno de Los pájaros, basado en el cuento de Daphne
du Maurier de 1952. En esta película, Hitchcock juega una carta que le es muy
propia, pues usa algo inocuo para hacernos daño. Uno nunca se imaginaría que
una rebelión de pájaros podría ser tan apocalíptica y eso es lo interesante.
Además, hay una simbología bien potente tras esta animalidad que incluso
podemos relacionar con el cuidado del medio ambiente. Y es que la película nos
muestra que el verdadero depredador es el ser humano, pues esta rebelión, esta
violencia de los pájaros, es una respuesta a nuestro comportamiento pues, parafraseando
el agente Smith de Matrix, el virus somos nosotros,
no los pájaros.
Algo muy diferente a lo que
ocurre Tiburón,
de Steven Spielberg (1975), donde este animal simboliza el mal sin paliativos.
Es que así como
Disney antropomorfiza los animales, el cine y la literatura de terror también
lo hacen, atribuyéndoles actitudes humanas. El tiburón de Spielberg tiene algo
de satánico, pero en el mundo animal no existe la visión del Bien y el Mal. El
tiburón blanco de Spielberg simplemente llega a un balneario que no le
corresponde para comer y, sin embargo, es considerado un monstruo. Pero no es
así. Y es que el animal no reviste una connotación paranormal.
Por cierto que no, pero
indudablemente puede dar mucho miedo. Pienso en el san bernardo de Cujo (1981), la
novela Stephen King.
Es que King, al
igual que Hitchcock, cultiva ese imaginario de lo cotidiano como algo terrible.
Cujo (1983) no es una película que me guste mucho,
pero la rescato por el personaje del perro, un san bernardo, raza que asociamos
con la ternura, con lo bueno y que, sin embargo, se transforma. Esta metamorfosis
se relaciona con la idea ominosa de las casas encantadas, presente en el
psicoanálisis, en donde, insisto, lo normal puede volverse en tu contra.
King es un gran amante de los
animales pese a que los ha retratado de manera un poco siniestra. El gato
Church, de Cementerio
de mascotas (1989), es un buen ejemplo.
Cuando a uno le
gusta el cine de horror tiene una benevolencia hacia él pues, como dice Umberto
Eco, se genera un pacto entre el espectador y su obra. Y yo tengo ese pacto.
Pero con Cementerio de mascotas ocurre algo bien
brutal, que es la muerte del niño. Y a mí ver la muerte de niños o animales en
el cine me afecta emocionalmente. No me gusta.
De hecho, King tuvo la novela
guardada bastante tiempo en un cajón porque no se atrevía a mostrársela a su
esposa quien, al leerla, le preguntó cómo había sido capaz de escribir algo así
Claro. ¿Cómo
describes la muerte de un hijo? Es horroroso y moviliza unas energías negativas
que no quiero tener cerca. Además, la muerte del gato en la novela también es
terrible. Distinto es cuando, por mutuo propio, como ocurre en «El gato negro»,
de Poe, este se transforma en un fantasma; sin embargo, en la obra de King el
planteamiento es otro. No me gusta mucho Cementerio de
mascotas, pero reconozco que establece un tema importante, que es la
intolerancia al duelo y al absoluto, que no solo trasunta al niño y al gato,
sino a la esposa del protagonista.