Dramaturgos de todos los tiempos han convertido a los seres no humanos en metáfora de las conductas de las personas. Por eso, gatos, perros y hasta rinocerontes forman parte de títulos emblemáticos de la escena mundial.
Los seres humanos, durante
siglos, se han sentido diferentes —superiores, la verdad— al resto de los
animales que puebla la Tierra. Por eso convirtieron la palabra animal en sinónimo de ofensa, y empezaron a usar perro para nombrar a alguien cruel, vaca
para referirse a una persona desleal o ratón para
decir cobarde. Y expresiones tales como «fuerte como un toro» o «grandioso como
un león» las elevaron a adjetivaciones. No es raro, entonces, que la
dramaturgia de todos los tiempos haya utilizado a los animales no humanos como
elementos alegóricos y simbólicos en sus obras.
A fin de cuentas,
podemos reflejarnos —o identificarnos— en la ternura de un cachorro, en la
aguda mirada de un gato o en la curiosidad de un mono. Hay personas lentas como
tortuga, otras sigilosas como serpientes y no faltan las que hablan como loro.
Coincidencias hay muchas.
Eugène Ionesco
(1909-1994), uno de los máximos representantes del Teatro del Absurdo, tituló
una de sus mejores obras como Rinoceronte. Escrita
en 1959, se ha representado desde entonces en los teatros más importantes e
influyentes del mundo.
A lo largo de
tres actos, Ionesco cuenta cómo los habitantes de un pequeño pueblo francés se
convierten en rinocerontes. El protagonista, llamado Berenger, un hombre común
y criticado por su adicción al alcohol, es el único que no sufre esa
metamorfosis.
De manera
alegórica, la obra toca temas como la conformidad social, la responsabilidad
individual y el totalitarismo. Las personas que se transforman en rinocerontes
se cubren de una capa de gruesa piel, como armadura, que los enajena de los
sentimientos y los aleja de los demás. La piel se les endurece al mismo tiempo
que el corazón.
Para su estreno
en Alemania, una década después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la fábula
fue entendida como el reflejo claro del totalitarismo nazi. En presentaciones
contemporáneas, la lectura apunta a la opresión de la mujer y a la necesidad de
resistir para defender derechos esenciales, como la igualdad de oportunidades.
Un gran amante de
los gatos fue el dramaturgo Alejandro Sieveking (1934-2020). De hecho,
compartió su vida con varios que inspiraron su trabajo como dramaturgo, pero
para titular una de sus obras más aplaudidas eligió a los grandes felinos. Es
así como Tres tristes tigres (estrenada en 1967) se
convirtió en un espejo de la mediocridad de cierta clase social en los años sesenta
y setenta, una que se desvivía por aparentar y parecerse a las clases altas sin
tener un peso en el bolsillo.
La historia gira
en torno a chilenos comunes: una vedete en decadencia, su hermano y el jefe de
este, dueño de una venta de autos siempre al borde de la quiebra. El trío comparte
el miedo a la pobreza y busca desesperadamente surgir de la precariedad en la
que se encuentra. Con humor, Sieveking consigue llegar al verdadero yo de sus
personajes, a su escondida sensibilidad, a lo que hay detrás de su arribismo.
¿Por qué eligió a
los tigres? El dramaturgo lo dijo en varias oportunidades: «Hay dichos
populares que dicen hijo de tigre sale rayado o qué le hace una raya más al tigre, y eso le pasa a mis
personajes. No son tigres de verdad, ni siquiera les da para gatitos. Apenas se
han pintado las rayas».
Nelson Villagra (protagonista de El chacal de Nahueltoro) fue el primer director que montó la pieza, en 1967. Un año después, el cineasta Raúl Ruiz la llevó al cine en el que fue su primer largometraje, considerado como una de las piezas fundacionales de su filmografía. La última versión la dirigió Willy Semler, en 2015, con Patricia López y Remigio Remedy en el elenco.
Símbolos de
humanidad
Tennessee Williams
(1911-1983) es un autor norteamericano oriundo del sur de los Estados Unidos,
que se impuso en la primera mitad del siglo XX con obras que, de manera velada,
tocaban el deseo carnal, la homosexualidad y la decadencia del esplendor
sureño. Grandes títulos escritos por él son Un tranvía
llamado deseo, Zoo de cristal y La gata sobre el tejado de zinc caliente.
La última obra
ganó el Premio Pulitzer de Drama en 1955 y desarrolla varios temas recurrentes
del autor, como las costumbres sociales, la codicia, la superficialidad, la
decadencia, la sexualidad y la muerte.
La obra fue
adaptada al cine en la película homónima de 1958, protagonizada por Elizabeth
Taylor y Paul Newman como Margaret (Maggie) y Brick, respectivamente. La crisis
retratada es la relación entre los protagonistas, que llevan adelante un
matrimonio en el que no tienen relaciones íntimas desde hace un año, lo que se
suma al alcoholismo del marido.
Brick, héroe en
decadencia de fútbol americano, tenía un mejor amigo llamado Skipper, quien se
suicidó un año antes de la acción. El principal problema es que ambos hombres
tenían sentimientos homosexuales no reconocidos.
La gata del
título representa a la joven esposa de Brick, quien no se siente cómoda con la femenina carnalidad de la frustrada
cónyuge, que quisiera algo más que un matrimonio solo en las apariencias.
Williams, que era
amante de los felinos e hizo famoso a su gato Topaz, puso en Maggie las
características de una bella gata: sinuosa, de mirada intensa, sigilosa y
seductora cuando pide las caricias de su marido.
Palabra de perro, estrenada en 2004, es un texto del autor
español Juan Mayorga (1967) que nace a partir de la novela ejemplar El coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes. Los
protagonistas son Cipión y Berganza, dos perros que, sorprendidos por su
capacidad para hablar como humanos, repasan sus vidas a fin de hallar el origen
de su don. En la obra, Mayorga sorprende con la relación que se establece entre
unos perros perseguidos y apaleados, y el trato que la sociedad occidental
propina a ciertos inmigrantes vistos como perros.
Mayorga plantea el
contraste entre la humanización de los perros y el hombre deshumanizado, más
animal —en el sentido ominoso del término— que los mismos seres de cuatro
patas. También habla de un primer mundo, carente de preocupaciones, y de un
tercero, que aún vive «como perro» en medio de la desatención global.
La presencia del
animal es constante en el universo dramático de Juan Mayorga, utilizándolo como
símbolo, leitmotiv, metáfora del personaje o
protagonista de la acción. Algunos de sus títulos emblemáticos son Animales nocturnos, Palabra de perro
y La Tortuga de Darwin.
El autor suizo
Reto Finger (1972) estrenó en 2002 Nadar como perro,
pieza de teatro que plantea las crisis existenciales de los hombres y mujeres que
viven la década de los treinta, sumidos en el vértigo de la supervivencia. Carlota
y Roberto, tras siete años de relación, deciden separarse por iniciativa de
ella, en un vano intento de romper con la rutina establecida. Carlota va
conociendo otros hombres, mientras que Roberto vive confinado en el sótano del
departamento que compartían, en una suerte de autoexilio.
Testigos de esta
situación son los amigos de la pareja: Ingrid, continuamente contrariada en su
afán de concretar relaciones afectivas; y Juan, quien luego se relaciona
afectivamente con Carlota. De este modo, los personajes trasuntan por la vida,
digamos, «nadando como perros»: a tumbos, sin elegancia y con pocas
posibilidades de concretar sus propósitos con éxito.
Finger dijo a una
revista argentina que los títulos son muy importantes para él y que tarda mucho
en encontrarlos. «El subtítulo de esta obra es cómo luchar
contra morir ahogado de una manera muy poco elegante. Es esa visión
metafórica de la vida que estos cinco protagonistas tienen en la obra… Nadar
como perro, como sea y por tu vida, para no ahogarte», señaló.
Lo más probable
es que la dramaturgia siga recurriendo a los seres no humanos para retratar
nuestras miserias. No hay duda de que es más amable y menos cruel la mirada que
nos devuelve el espejo animal.