En la película El ojo del gato (Lewis Teague,
1985), en el último segmento de esta colección de historias nacidas de la pluma
de Stephen King, nos encontramos al personaje principal, un gato callejero,
siendo adoptado por una familia con una niña pequeña. Avanzando en el relato,
el gato se rebela como un agudo observador de aspectos ocultos de la realidad,
así como celoso defensor de sus seres amados. En una secuencia paralizante,
vemos al felino luchar por la vida de su pequeña ama. Nadie se entera, el gato
se mueve cómodo entre el calor del hogar y aquello que permanece invisible a
los seres humanos.
Nuestra larga relación con los felinos ha sido tan
significativa que permea nuestra psiquis y cultura. Hemos codificado sus
expresiones y figuras en mil formas, desde canciones hasta memes. Una relación
que comenzó hace unos 12.000 años, en la Luna Fértil del Medio Oriente, cuando
nos volvimos sedentarios y agricultores. Entonces existía el gato montés
africano, descendiente directo del pequeño miacis arbóreo (raíz también de
osos, mapaches y perros, entre otros), que pronto se acercó a las comunidades
atraído por la creciente población de pestes que mermaba las cosechas. La
simbiosis fue beneficiosa para ambos lados e iniciamos el largo amorío y
adoración hacia los felinos. Desde África, la población de estos animales fue
creciendo. A Europa llegaron en barcos fenicios, los griegos los adoptaron y
luego las legiones romanas los llevaron a Inglaterra. Eventualmente los
vikingos invadieron y se llevaron ejemplares de vuelta a Noruega como botín
codiciado. Los gatos ni se inmutaron, ya sabían lo preciosos que eran. Por Asia
se expandieron siguiendo las rutas hacia China hace 5000 años y llegaron hace
poco a Japón, como en el siglo VI, cuando naves japonesas arribaron a las
costas trayendo las escrituras del Budismo y gatos. Para principios del período
Edo, Japón ya había caído en sus garras, llegando a tener hoy en día una isla
de los gatos. Después de un período aciago durante la Edad Media, en donde
fueron involucrados en actos de brujería, los comerciantes que veían en las
nuevas rutas hacia América un medio de ganancia astronómica, se los llevaron de
viaje. A pesar de la multitud de especies felinas ya afincadas en el
continente, hoy sabemos que nuestros mininos descienden del gato salvaje
africano.
Pero no podemos decir con cierta certeza de donde
salen los gatos. Hoy recién podemos seguir sus pasos en nuestra propia
historia, como la tumba neolítica de 9.500 años que fue descubierta en Chipre.
Mucho antes que la diosa Bastet adoptara a los mininos como sus protegidos, en
Egipto, ya los seres humanos y felinos yacían uno al lado del otro, rodeados de
herramientas, piedras pulidas y joyas. Lo que con certeza hacemos es elucubrar
sobre su origen desde la tradición mística. Un atisbo nos contaba el escritor
francés Víctor Hugo cuando escribió: «Dios creó al gato para ofrecer al hombre
el placer de acariciar un tigre». Según una leyenda hebrea, cuando Noé pobló el arca, no incluyó
a una pareja de gatos porque sencillamente no existían. No obstante, sí
existían los ratones, que se empezaron a comer las existencias para los
animales herbívoros y la familia de Noé. El anciano clamó a Dios por una
solución y este le dice que acaricie la cabeza del león tres veces. Noé no es
de mucho preguntar, así que sin chistar aunque tampoco muy entusiasmado, fue e
hizo lo que Dios le había mandatado. Para su sorpresa, el león estornudó tan
fuerte que de sus fosas nasales salieron expulsados una pareja de gatos. Los
gatos prontamente se zambulleron en la tarea de controlar la población de ratones
y Noé, nuevamente, agradeció al Señor haberle sacado las castañas del fuego. Al
parecer, miramos a nuestros amigos como aliados en la defensa del hogar.
En el antiguo Egipto, la diosa Bastet era representada
como una gata negra o una mujer con cabeza felina, que cuidaba de los hogares y
las mujeres embarazadas. Su naturaleza guardiana era amorosa, pero también
feroz. Mientras todo estuviera bien, su carácter la hacía ronronear, pero
bastaba una amenaza para transformarla en una despiadada protectora. En la
Tierra, era encarnada por los felinos y es por eso que ellos están fuertemente
asociados al hogar, sobre todo las hembras. Y la protección no solo se refería
a la esfera más mundana y física porque los egipcios identificaban a los gatos
con la palabra «miw», que significaba «ver». Ver todo el espectro de la
realidad, cosa que aquella persona que comparte su vida con un felino ha
experimentado alguna vez (aquello de quedarse pegado observando una esquina
vacía al ojo humano). Por eso, en el antiguo Egipto se acostumbraba a poner
estatuas de gatos en la entrada de los hogares como protección adicional. La
egipcia fue una de las primeras civilizaciones en considerar la vida animal
como parte activa de la comunidad, otorgándole estatus social. Por ejemplo, ser
miembro de una familia.
El gato es uno de los animales que más elude nuestro
entendimiento y mancilla nuestro orgullo, y como no lo entendemos, lo
idolatramos. Hay quien dice que poseen auras verdes y son el más magnético de
los cuadrúpedos. El verde es el color del equilibrio espiritual, lo que los
pone casi en el tope de la evolución. Eso asusta y, por supuesto, el
Cristianismo estaba asustado de los gatos, especialmente de los negros. Para
esta religión, están asociados al Diablo y sus acólitas por su carácter
predatorio e inclinación a la desobediencia. Toda la creación debe rendir
pleitesía a Dios, mas no el gato. En la Última Cena se puede ver uno como
símbolo de sedición y engaño, y durante la Edad Media en Europa, los
sacrificaron en masa provocando el auge de ratones, portadores de la peste
bubónica. Afortunadamente, es la única religión que los ve como amenazas. En el
Islam, se les considera animales sagrados y limpios, dignos de entrar a las
casas y las mezquitas. El Profeta Mahoma los amaba al punto de ser conocido
como Abu Hurairah, Padre de gatitos, y prohibió tajantemente su matanza. Un
gato que tiene una M en el pelaje de su frente se cree que ha sido
bendecido por el Profeta. En tanto que en el Hinduismo, están asociados a la
entidad femenina Shashthi, protectora de la infancia y diosa de la fertilidad,
que es representada cabalgando un gato. En la escuela de filosofía llamada
Vishishtadvaita Vedanta ilustra la devoción hacia Dios como un gatito que es
llevado por su madre sin realizar ningún esfuerzo, lo que significa que la
sumisión absoluta a la divinidad. En China, los dioses que crearon al mundo,
designaron a los gatos como guardianes del orden; de nuevo, una tarea
doméstica. Fueron creados como un cruce entre un mono y un león, y los dotaron
del lenguaje, para que comunicaran el estado del mundo, pero cuando los dioses
exigían un reporte, siempre los felinos estaban jugando u holgazaneando. En su
defensa dijeron que el mundo les interesaba un pepino y que dicha tarea debía
ser encargada a los seres humanos; de nuevo, el desprecio por la autoridad. En
Japón, generalmente son símbolos de buena fortuna, bendiciones, protectores del
hogar, pero tienen un aspecto más sombrío porque son capaces de cambiar de
forma, lanzar bolas de fuego y hasta resucitar muertos. El bakeneko es un
entidad fantástica que puede adoptar forma humana y pasar piola en la
comunidad. De gran inteligencia, es mejor evitar su encuentro porque puede
estafarte.
El color de los gatos también ha sido excusa para
construir una tradición esotérica, tanto si te atraviesa como si aparece en tus
sueños. Un felino de color anaranjado siempre es macho y trae energía
masculina, suelen traer buenas noticias en el ámbito financiero o negocios. La
versión femenina es la gata cálico, aquella criatura de pelaje fascinante y que
alguna vez formó parte de nuestra familia; me pasé tardes acariciando su
espinazo. El blanco representa la pureza y un alto nivel de comunicación con la
divinidad. Soñar con un gato blanco puede significar que estás llevando tu
espiritualidad al siguiente nivel. Al contrario, el color negro tiene mala
fama, como ya nombramos respecto de la Edad Media, pero en Gran Bretaña eran
considerados de buena fortuna y de hecho muy bienvenidos en embarcaciones que
debían hacer largos viajes por mar. Podían ser la encarnación de espíritus
ambivalentes, como explica la tradición del sur de Francia, y ejercer su
influencia mágica para proteger a los suyos. Se les conocía como «matagot»,
cuya raíz deriva del español «mata-godos», o sea, mata góticos. El gris
representa el mundo de la interpretación y se cree que trae codificado un
mensaje que uno debe desentrañar, y siendo tan interpretable también provoca
incertidumbre y ambigüedad. Aparecen en los momentos que se transforman en encrucijadas
de la vida. En tanto que el gato atigrado está mejor relacionado con el ámbito
hogareño y la energía femenina. Siempre trae buenas noticias y es signo de
armonía y felicidad en el hogar. En general, los gatos están conectados al
mundo espiritual y son guías habilidosos entre dimensiones.
En Latinoamérica no existe mucha alusión al gato. La
felinidad se asocia más al jaguar o el puma, presente a lo largo de la espina
dorsal de Los Andes. Sin embargo, la antropóloga peruana Ana María Gálvez llegó
a una conclusión diferente. En realidad, en la cúspide de la cosmología de este
continente está el gato montés andino. Ella dice: «El gato montés ha
permanecido invisibilizado debido a la influencia del pensamiento occidental.
Los españoles buscaron equivalentes en los «felinos mayores» de la fauna
americana, como es el jaguar u otorongo.» Llegó a esa conclusión haciendo un
estudio morfológico de textiles y cacharros, incluso en petroglifos y en el
lenguaje. La especie animal identificada podría ser el Leopardus colocolo o
Leopardus jacobita, mejor conocido como gato montés, que posee anillos de
pelaje más oscuro a lo largo de su cuerpo, misma característica que se veía
repetido en su estudio. En aymara recibe el nombre de «titi», en tanto que en
quechua es «qhoa», «chinchay» y «osqollo»; también lari, wari o kon.
Precisamente el «qhoa» era una divinidad felina que volaba y que expulsaba
granizo y relámpago desde su boca, orinando sobre los cultivos, y esto lo
convierte en el eje central de la cultura andina, debido a la dependencia con
el ciclo del agua. Durante las ceremonias del wayño y la k’illpa recibe un
nombre extra, Awatiri Mallku, y se transforma en el cuidador sobrenatural de
los animales, estableciéndose una guía entre el mundo sobrenatural y el terrenal.
Nuevamente, el gato usa su capacidad para alcanzar lo inaccesible a la
Humanidad. El antropólogo Julio César Tello lo considera «como el verdadero, el
que ocupa el lugar más prominente en los sucesos y acontecimientos
relacionados con la vida material y mental del hombre.»
¿Cómo no obsesionarse con una animal que gatilla tan
fuertemente nuestra imaginación? Nos ignoran y se atreven a desafiar la
hegemonía de los monos así considerados cúspides de la evolución. No responden
nuestras preguntas ni tampoco parecen seguir ninguna pauta que podamos
decodificar. Nos vuelven locos y creemos que están bendecidos por Dios o en
concubinato con el Diablo. Los amamos, los odiamos, los convertimos en
poseedores de la clave de la realidad. Así existen y ya solo nos falta creer
que no son de este mundo. Estoy seguro que existe una teoría tal.