Rafael Valle, nacido en
los cerros de Valparaíso. Rafa, para los que lo conocen, cercano y espigado, te
habla de cómics y música y series de televisión en forma indistinta. Periodista
de profesión y rabioso amante de la historieta chilena, combinó sus intereses
en su tesis de título, que luego saldría publicada por Sudamericana (2018). ¿El
objetivo? Contar vida y obra de uno de los más destacados artistas del cómic en
Chile, Themo Lobos (1918-2012), quien ha circulado por las páginas de El
Peneca, Mampato o Alaraco. El libro resume las incontables
horas de conversación entre Lobos y Rafa, en su lugar de Concón, como dos
viejos amigos, y exploran no solo las hazañas del historietista sino también la
historia misma de Chile, desde la perspectiva del cómic.
La pregunta de rigor: ¿cuál es tu experiencia de vida con el mundo
animal?
Escasa y tardía. Cuando chico las únicas mascotas que hubo en mi casa
fueron de mi hermano menor: un pollito que murió de enfriamiento cuando al
peque se le ocurrió bañarlo; unas tortugas de acuario llamadas Sansón y Dalila,
y un ratón blanco de laboratorio que se llamaba Lucas. Cuando me casé hubo
perros y gatos en la casa que llegaron como regalos para mis hijos, pero me
eran totalmente ajenos e indiferentes. Años más tarde me relacioné con gente de
diversos ámbitos que quería mucho a los animales, y eso coincidió con cierta
curiosidad/fascinación que empecé a sentir por los gatos. Y así llegamos a
Logan, un romano que ya tiene siete años y con quien nos queremos mutua y
profundamente.
Logan parece haber hecho un clic en tu vida. Logan es también el nombre
de un personaje muy popular de los cómics de Marvel, mejor llamado Wolverine.
¿Es Logan un gato que hace honor a su nombre?
Ahora menos, pero cuando peque era salvaje e indomable, y toda persona
que visitaba el departamento donde vivíamos terminaba casi siempre víctima de
sus garras o colmillos. No salía gratis meterse en su territorio.
Ahora sí, entremos en el tema. ¿Tenía Themo Lobos algo que decir en su
obra sobre ambientalismo o derechos animales?
Creo que por lo general había temas implícitos, pero no de forma
discursiva. Pienso en El árbol gigante y Los balleneros, en el
caso de Mampato. Pero lo más directo es El planeta de los limpios,
uno de sus historietas por encargo donde sí había un mensaje en esa línea.
Ese relato fue encargado para una iniciativa por la descontaminación del
Gran Santiago, tan tempranamente como 1990. En tu libro La gran aventura de Themo Lobos, no solo revisas su historia, sino también la de la historieta chilena.
¿Tiene el cómic en Chile un lugar en la cultura popular?
Lo tuvo, especialmente en los años sesenta y setenta, cuando los kioscos
estaban llenos de revistas de historietas hechas en Chile. Lo tiene porque Condorito,
Barrabases y Mampato aún son recordados por al menos un par de
generaciones, y porque frases como «¡Exijo una explicación!» son parte del
habla del chileno.
La revista Mampato fue en sí misma un fenómeno cultural en su momento.
Mal que mal llegó a vender cien mil ejemplares mensuales en su mejor
momento. Multiplica eso por 2 o 3 personas que leían la revista en casa; era
una presencia gigantesca en los hogares chilenos.
¿Por qué la revista Mampato llamaba la atención de destacados artistas como Isabel Allende,
Vittorio de Girólamo y Lukas?
No creo que llegaran ahí porque les llamara la atención la revista. Era
un trabajo, era gente del medio editorial convocada para producir una revista
que, gracias a gente como ellos, era de gran calidad. Isabel Allende, por
ejemplo, llegó a través de la editorial Lord Cochrane, y trabajó en revista Paula
antes de Mampato.
Y hablando de una de las grandes obras de Themo, Mampato, ¿cuál es el invento o gadget que más te gusta?
El cinto espacio-temporal, por supuesto; sintética vuelta de tuerca a la
máquina del tiempo de Wells. ¿Quién no querría tener uno? Si hasta te traduce
cuando te encuentras con gente que no habla castellano.
¿Cuál es el legado de Themo Lobos hoy?
Gigantesco. Cada vez me
entero más de gente ligada al arte y la cultura —escritores, directores
audiovisuales, músicos— que leía las historias de Mampato y le reconocen
cierta inspiración. Para qué decir la cantidad de dibujantes y guionistas que
lo leían y que reconocen que parte del oficio lo aprendieron mirando el trabajo
de Themo. Además, este autor tuvo la inteligencia —y la suerte— de poder
reeditar su trabajo en los ochenta y los noventa, lo que creó una nueva
generación de fans. Hace unos meses, en Puerto Aysén, un joven médico me
contaba que era admirador de Mampato y que había comprado La gran
aventura de Themo Lobos por lo mismo. Para mí Themo está a la altura de
Violeta Parra, Raúl Ruiz o Francisco Coloane, por la trascendencia, importancia
y calidad de su obra.
Recogiendo ese enfoque, Themo no solo era un artista excelente, sino
también un gran conversador, además de muy querido por la gente.
Tan conversador que detrás de La gran aventura de Themo Lobos hay
muchas horas de conversación en cintas de casete. Y lo de querido se notaba
justamente cuando en medio de una conversación alguien llegaba a saludarlo a su
casa.
Tu interés en el cómic va más allá de ser lector, hacia la creación.
¿Qué tipo de criaturas saldrían de tu cabeza?
Dibujo y bastante bien (es una de las pocas cosas de las que estoy muy
seguro en la vida), y por ahí tengo unas historietas incompletas que espero
retomar algún día. La que más me gusta es Proyecto Pegasus, un grupo de
animales que viajan por distintas dimensiones para salvar su mundo y donde mi
idea era meter en la juguera a Los cuatro fantásticos, de Jack Kirby, a El
pato Donald, de Carl Barks, y la imaginería demencial de David Cronenberg.
También empecé (y abandoné) Historias de animales, que son relatos
unitarios más cargados al humor negro.
De lo que he podido observar, tu obra va por el diseño de la humanización
animal, a la manera de Disney. ¿Qué te atrae y diferencia de este enfoque?
Soy fan de los cartoons, especialmente de los de Warner Bros. y
de esa maravilla que es el primer Tom y Jerry, el de Hanna-Barbera. Lo otro es
que cuando chico había mucho material Disney editado en Chile, pero también El
Super Ratón y otras cosas que llegaban de México. Me gustan los animales
antropomorfos por su expresividad, por su retrato de la humanidad y por su
estética, obviamente. Lo que me diferencia es la intención de darle una vuelta
de tuerca y llevar la estética y la lógica de los funny animals a
géneros en los que tradicionalmente no están, como el terror o la ciencia
ficción. Hay gente que lo ha hecho, por cierto; no estoy inventando nada.
¿Tienes en mente otro gran nombre del cómic chileno para un futuro
ensayo?
La verdad es que no, pero si hiciera otra biografía sería una de Mario
Igor, el Príncipe Negro, un dibujante que por su talento habría brillado en el
mercado gringo o europeo, pero que hizo una genial carrera en Chile y tuvo una
vida algo amalditada. Busquen su versión en historieta de la leyenda de
Sigfrido y los Nibelungos (con guion de Vittorio di Girólamo) y verán porqué se
los digo.